24.5.08

diez veces desobedece liddell

fui a ver la desobediencia: tres monólogos performance de angélica liddell, en la casa encendida, bajo un cielo rojo hinchado nuboso, una cama de piedra con su cabecero también de piedra. Muy fuerte la visión; luego, en un sueño, retomé el paisaje: violaciones, persecuciones y caminos cerrados dentro de villas cerradas dirigidas por señores del mal.


Como suele: la exposición, la repetición, el esfuerzo, el riesgo físico. Lo que expone repite y daña es su cuerpo y el relato de su vida, no otra cosa, ¿por qué otra cosa? ¿a ver por qué hay que mostrar otra cosa? No se puede correr fuera de la trampa, hay que entrar con una antorcha o foco de luz hasta el cuarto del relato y del cuerpo para operar-los. A mi me fascina acompañar su ejercicio de dolor. Para mi Liddell es muy importante. Y en esto llega la segunda pieza, una comedia bárbara que precisamente trata de eso, de la (poca) importancia del autor y de la inteligencia. Después de un vídeo permite que el público salga a tocarla y diga algo. ¿Qué hago? Pienso en una frase inteligente, "ey, nena hiperrealista", pero lo ingenioso es justo lo deleznable del asunto de la autoría. ¿Qué hago? Si salgo y la toco ¿se deshará su importancia-mi fetichismo? Llevo meses pensando sus obras, ¿quién soy yo para tocarla? Y si la toco, ¿quién es ella ya para decirme? La distancia de importancia ha permitido el espectáculo. Si la toco deshago su hechizo en mi, ¿morirá ella? ¿moriré yo? ¿quién dispara?, ¿quién es el hijodeputa que sostiene la mirada?, ¿y si es humana y entonces nada de esto sucederá más allá del tiempo y del espacio?

no salgo, lección diez veces:
la inteligencia del autor no es tal, el autor da igual,
es más su valor de ponerse como bulto al tiro
ahora entiendo el grafitti final de Perro muerto (Liddell, 2008):
"¿hay algún hijo de puta que quiera matarme?"


cuánto llueve estos días; me encantaría aprovechar para lavar
mi ingenuidad

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